Mi primer aliento de vida fue en un puerto de mar; mis primeros pasos firmes fueron en la playa…
En ese entonces Tolú era un pueblito que escasamente tenía cinco o seis carros y en donde el silencio del medio día inundaba cada espacio. Solo había dos calles pavimentadas (la de entrada y la de salida) y una plaza dominada por una iglesia imponente de fachada blanca a quien arbitrariamente bauticé “La Dama Blanca” y que, para variar, mira de frente al océano.
Los días más felices eran los domingos, sabía que ese día esperado una semana entera era el día de ir al “agua salá” (el mar)… mi padre se vestía con un “mocho” (short hecho con un jean que se cortaba cuando ya finalizaba su vida útil como prenda de trabajo); se vestía una camisilla y me hacía la señal de que íbamos a playa.. por fin!!! El recorrido de unos cuatrocientos metros era un sendero de felicidad, los niños amigos y sus padres se sumaban en el camino al plan y cuando podíamos ver el mar a una cuadra de distancia salíamos disparados; ansiosos por ese chapuzón. Si mi padre no podía ir entonces mi madre se encargaba del plan o una de mis tías alcahuetas, o cualquier adulto amigo de la familia se encargaban de llevarnos a todos.
El mar era un universo nuevo cada domingo; los pescadores, las canoas y la atmósfera marina en general siempre han sido mi ambiente preferido. Yo sentía que ese paisaje me pertenecía, quería llevarlo conmigo a mi casa, comérmelo como si se tratara de una cocada o que al despertar en la mañana del lunes pudiera palpar el agua y oler la sal…pero no; tocaba ir al colegio.!


Aún no recuerdo en qué momento de mi primera infancia nació la pasión por el dibujo pero recuerdo que aun cuando no iba a la escuela (como a los cuatro o cinco años) esperaba que mis primos mayores desecharan los cuadernos con hojas en blanco para llevármelos y empezar a dibujar.
Tolú empezaba a abrirse al turismo, empezaron a llegar los cachacos; así le llamaban a todo el que fuera foráneo de tierras del interior del país, caleños, rolos, paisas, santandereanos, llaneros, todos!! Aun hoy se les llama “cachacos”. Pues bien los paisas empezaron a llegar buscando descanso en esas playas vírgenes y de aguas realmente cristalinas en donde podías meter los pies y ser acariciado por un pequeño cardumen de pececitos que jugaban con los dedos. Con los turistas llegaron las cámaras fotográficas. En ese momento no entendía por qué tanto “cachaco” nos miraba a través de esas maquinitas y nos pedían que sonriéramos o nos abrazáramos. Estábamos tostados por el sol, con cabellos amarillos y enormes dientes blancos…
Los paisas llegaron cada vez con más frecuencia; ya no era solo en diciembre y junio; también empezaron a llegar en Semana Santa, en los puentes festivos y hasta en fechas que no tenían nada de especial; Años más tardes llegaban en buses de excursiones. Muchas cosas empezaron a paisanizarse: La música de las discotecas, el menú de los contados restaurantes, la ropa, los cortes de cabello y hasta las historias de amor. En vacaciones siempre existieron amores fugaces de nativos con turistas que en más de un caso terminó con un fruto de amor intercultural. De un momento a otro empezaron a llegar paisas que ya no se regresaban a su tierra, se quedaban ya fuera por amor, por negocio o por cambiar de vida en tierra caribeñas.
Los antioqueños siempre han sido reconocidos por sus habilidades para los negocios y fue así como las primeras grandes tiendas de barrio de propiedad de paisas llegaron a posicionarse en el municipio. Una anécdota de los cambios sociales se dio precisamente en las tiendas:
Las pequeñas tiendas de propiedad de nativos toludeños funcionaban con horarios que empezaban regularmente a las siete de la mañana y solo abrían hasta las seis o siete de la tarde como máximo, adicional a esto se tomaban una o dos horas de reposo al medio día en la que almorzaban y se pegaban una pequeña siesta. Al medio día solo se veía en las calles el espectro del calor sobre la arena y uno que otro estudiante regresando a casa o saliendo para la escuela. Los tenderos paisas llegaron a instalar sus tiendas abriendo a las seis de la mañana, sin horas de receso y hasta las nueve o diez de la noche y con un surtido más amplio. Por eso cuando olvidábamos comprar algo sabíamos que en la tienda del “cachaco” seguro lo encontrábamos, nunca más se embolataron los desayunos.
Mientras todos esos cambios sucedían yo seguía creciendo y aumentando mi pasión por el dibujo. Una “cachaca” de Pereira llamada Gladys me regaló una cajita de acuarelas para que empezara a probar la técnica. Yo trabajaba en vacaciones en el San Andresito y allí ahorré para mi primera cámara fotográfica con la que podría salir a fotografiar el paisaje para luego pintarlo con mis acuarelas. Por fin tenía cámara!! Ya podía llevarme los paisajes conmigo y verlos y pintarlos cuantas veces quisiera. En ese entonces ya Tolú era un puerto turístico reconocido como “la playa de los paisas” y cada vez más y más turistas se mezclaban con la gente al punto que ya no se sabía quién era quien porque muchos nativos ya se habían ido a vivir a Medellín y llegaban vistiendo igual a los paisas, con los cortes de cabello igual al de los paisas, la piel ya no estaba tostada y volvían al pueblo hasta con acento paisa.

Llegó la época de la universidad, del primer trabajo y de las responsabilidades que me ocupaban y el arte quedó durmiendo unos cuantos años. Me trasladé a Cartagena hace dieciocho años, esta ciudad es una bomba de colores y es inspiradora. Aquí retomé mi pasión, pude comprar mi primera cámara digital, ganar mi primer concurso y desde entonces no me detengo. Quiero capturar el mundo con mi cámara, llevarlo a mi casa.


La temática de los pescadores es recurrente en mi fotografía, es mi tema favorito y del que no podría desligare aunque quisiera. Mi ojo artístico se desarrolló en el mar; entre redes, barcos, pescadores, escamas, atarrayas, camarones, pescado frito, vendedoras de pescado y todo ese mundo que rodea la faena del pescador. Mi abuelo pescador me sentaba en sus piernas a narrarme historias de seres fantásticos que viven en las aguas profundas, de luces que se aparecen a mar abierto en la madrugada, de sirenas que lloran pero no se dejan ver. En las noches oscuras, alumbrados solo con una tímida lámpara de gas nos encantaba con sus aventuras. Mi padre, conductor de camiones y buses dedicaba los domingos (cuando yo ya me iba solo a la playa) a irse de pesca, por afición y porque es la vida a la cual no podemos renunciar.

Dentro de cada toludeño hay un pescador, en el ritmo de su andar están las olas, en su acento está la brisa; en sus carcajadas está el mar de leva y en su piel está el color de los crepúsculos. En el cuerpo de las mujeres se contonean las palmeras.

He tenido la oportunidad de recorrer varias regiones de Colombia fotografiando nuestros paisajes y nuestros rostros. Soy un convencido de lo hermoso que es nuestro territorio y de lo afortunados que somos de estar aquí. De eso me convenzo aún más cuando una foto de Cartagena se gana un concurso en Canadá, o cuando el rostro de un pescador se expone en la India o cuando el retrato de una negra contundente y preciosa se expone en Grecia.




Orgullosamente toludeño, orgullosamente colombiano!